En cualquier campaña electoral, solo uno triunfa. El resto no llega a la meta. Y seguramente todos han puesto lo mejor de sí; se han esforzado, han invertido, han soñado, han trabajado. Pero es inevitable: todos pierden menos uno. Y perder duele. Duele mucho. La derrota es la escena más temida por los candidatos y sus equipos de campaña. ¿Dónde perdimos? La pregunta salta de inmediato. ¿En los medios de comunicación? ¿En alguna ciudad o distrito importante? ¿En algún segmento clave de la población? ¿En el contacto persona a persona? ¿En las redes sociales? ¿En la calle? No. Perdimos en el cerebro del votante.