Cualquiera que haya visitado un bosque, atravesando anfractuosos senderos hasta llegar a umbrías que nunca vieron la luz del sol, se habrá sentido sobrecogido por los sonidos y olores que se derrochan. Robledales y hayedos, bosques de quercus milenarios, coníferas que parece sacadas de una novela de Julio Verne, titanes colonizados por minúsculos líquenes e insectos, estaciones que se suceden, lluvias, nieves, vida por doquier.